Cómo las experiencias positivas en la niñez contrarrestan la adversidad
La adversidad durante la infancia puede afectar nuestra salud más adelante. Pero las experiencias positivas en la niñez también nos impactan.
Illustration by Franco Zacha
This story is available in English. Esta historia está disponible en inglés.
En 1995, un equipo de investigación de California del Sur realizó un estudio para analizar cómo impactan en la adultez los desafíos que las personas experimentan durante la juventud. Se les hicieron 10 preguntas de sí o no a alrededor de 17.000 adultos sobre su exposición a abuso físico, emocional y sexual; negligencia; y desafíos domésticos, incluyendo enfermedades mentales, abuso de sustancias, violencia doméstica, divorcio y encarcelamiento. A esos factores se los denominó experiencias adversas en la infancia, o EAI.
Los resultados fueron impactantes. Más del 60% de los participantes reportó al menos una EAI, mientras que el 17% reportó cuatro o más. Este análisis inicial demostró que mientras más EAI uno haya experimentado, mayores son las probabilidades de sufrir una gran variedad de problemas de salud. Los adultos que vivieron cuatro o más EAI de niños tienen el doble de probabilidades de desarrollar enfermedades cardíacas, son tres veces más propensos a sufrir depresión clínica, cinco veces más propensos a tener una adicción al alcohol y 17 veces más propensos a intentos de suicidio.
La investigación fue fundamental para nuestra comprensión de cómo los traumas en la infancia y la disfunción en el hogar derivan en riesgos para la salud y enfermedades más adelante, pero esa no es toda la historia. “El mensaje que oímos es que si has sufrido algún tipo de trauma, tendrás problemas de salud. Y aunque puede ser cierto, no es una garantía”, dice la Dra. Christine Forke, profesora adjunta de medicina familiar y salud comunitaria en la Perelman School of Medicine de la Universidad de Pennsylvania. “Observamos muchas personas expuestas a una variedad de EAI que tienen vidas largas, saludables y felices”.
La conexión entre las experiencias adversas durante la infancia y los riesgos para la salud se han explorado en muchos estudios. Pero no hay muchas investigaciones en lo que respecta al efecto de experiencias positivas. Eso está cambiando. Un campo de investigación emergente encabezado por la Dra. Christina Bethell, profesora de la Bloomberg School of Public Health en la Universidad Johns Hopkins, está explorando los impactos de la seguridad, la estabilidad, y las relaciones y ambientes cuidados en el bienestar físico y emocional. En 2019, Bethell y sus colegas realizaron un estudio que demostraba que estos factores, denominados experiencias positivas en la niñez (EPN), pueden ser tan influyentes como los negativos.
El equipo de investigación llevó a cabo una encuesta telefónica a 6.188 adultos en Wisconsin y desarrolló un sistema de puntuación de EPN basado en preguntas sobre las experiencias positivas vividas antes de cumplir 18 años. ¿Los participantes podían comunicar sus sentimientos y sentirse seguros en sus propias familias? ¿Tuvieron el apoyo de amigos y adultos que no eran sus padres? ¿Tenían una sensación de pertenencia en la escuela? ¿Podían participar de tradiciones comunitarias?
Los datos mostraron que las personas con más EPN tenían una mejor salud mental y relaciones sociales más sólidas, incluso aquellos que habían vivido EAI significativas. “Observamos que los adultos con mayores niveles de experiencias positivas tenían un 72% menos de probabilidades de sufrir depresión en la adultez, aun si habían tenido más EAI”, afirma Bethell.
Los investigadores concluyeron que las experiencias positivas en la edad temprana no sólo amortiguan a los eventos adversos, sino que ayudan a crear la base emocional necesaria para un bienestar a largo plazo. Por ejemplo, los adultos con más experiencias positivas en la infancia eran más propensos a construir y mantener conexiones sociales y buscar ayuda. Las EPN también están asociadas a tasas reducidas de abuso de sustancias, depresión, comportamientos sexuales riesgosos e insomnio persistente.
“Las relaciones y ambientes seguros, estables y cuidados nos protegen”, afirma Bethell. “Esto no quiere decir que los efectos adversos no tengan un impacto, pero las experiencias positivas pueden ayudar a contrastarlo. Te dan herramientas para aprovechar tus fortalezas y abordar las cosas difíciles”.
Otro descubrimiento importante fue que la ausencia de experiencias negativas no es lo mismo que haber tenido experiencias positivas. Por ejemplo, explica Bethell, “que en tu casa no haya habido alguien que sea emocionalmente abusivo no significa que hayas recibido apoyo emocional. Solo significa que no sufriste abusos. Las experiencias infantiles positivas se manifiestan como una sensación de seguridad, experimentada y vivida de forma proactiva”.
Investigaciones más extensas con un grupo más diverso de participantes demostraron que hay variaciones muy importantes en las EPI según el género, raza y etnia, orientación sexual, edad, nivel de ingresos y nivel educativo. Pero, más allá de su contexto, la mayoría de los participantes reportaron al menos algunas experiencias positivas.
Estos hallazgos señalan un cambio en la manera en que los investigadores estudian el desarrollo de la niñez y el manejo del trauma. “Clínicamente, sólo ahora estamos pensando en tratar a pacientes con la suposición de que todos sufrimos algún tipo de trauma en la vida, pero hay muchas oportunidades para que nuestros cerebros sanen y cambien, para vivir una vida larga y próspera”, dice Forke.
Una forma de comenzar a sanar es reconocer que tenemos fortalezas y que hemos vivido experiencias positivas, dice Bethell. “Incluso si tuvimos malas, podemos enfocarnos en las buenas y comenzar a desarrollar resiliencia”.
Si bien prevenir las experiencias adversas en la infancia sigue siendo crucial, promover las experiencias positivas es igual de importante, asegura Bethell. “Nos incluyen a todos porque esas experiencias positivas suceden en nuestras comunidades, escuelas y hogares”, dice Bethell. “Aun si no podemos hacer desaparecer lo malo, nunca tenemos que subestimar el poder del cariño y del cuidado”.
Esta historia fue traducida de inglés por Malena Saralegui para Factchequeado.
Preeti Simran Sethi is a science writer and a Rosalynn Carter Mental Health Journalism Fellow, based in Washington, DC.