Mirar al cielo para resolver los problemas de la Tierra
La astronomía en Latinoamérica busca poner la investigación al servicio de los problemas de la región. Falta inversión, pero hay talento.
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El pasado 8 de abril, México y Estados Unidos se sincronizaron durante unas horas para mirar al cielo por uno de esos extraños fenómenos astronómicos que desatan pasiones en la Tierra: un eclipse de sol total. En el Bosque Urbano de la ciudad mexicana de Torreón, desde donde la NASA transmitió el evento, unas 50.000 personas, entre vecinos, astrónomos y aficionados que llegaron de distintos países, vieron cómo la Luna ocultó totalmente el disco solar. Fueron cuatro minutos y 10 segundos en los que hubo ovaciones, aplausos y hasta lágrimas de alegría.
Uno de los más emocionados aquel día era Eduardo Hernández, el director del Planetario: “Si hace 33 años, viendo un eclipse parcial me enamoré de la astronomía, estoy seguro de que hoy se detonaron cientos de vocaciones”, dijo tras el evento. El hombre que hizo posible que la agencia espacial estadounidense escogiera su institución para mostrarle el eclipse al mundo conoce bien los desafíos de ejercer esta ciencia en un país como México. En su caso, asegura que tuvo que robotizar el observatorio del Planetario sin apenas presupuesto. Por eso, advierte: “Detonar una vocación es el primer paso, pero nuestra labor es trabajar para que estas vocaciones se hagan más fuertes y lleguen a algún lugar”.
Lo que se vivió en Torreón durante el eclipse es quizás la mejor metáfora del estado de la astronomía y la exploración espacial en América Latina. La región tiene algunos de los mejores lugares del mundo para la observación astronómica; y aunque falta inversión y apoyo de los Gobiernos, hay mucho talento para el desarrollo de esta ciencia que, según afirman expertos de distintos países consultados para este reportaje, tiene un enorme potencial para poner la investigación espacial al servicio de las necesidades más inmediatas de la Tierra.
El astrofísico mexicano William Lee, quien es coordinador de Relaciones y Asuntos Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la mayor de Latinoamérica, defiende que en la región se hacen desde hace tiempo investigaciones “de muy alta calidad” tanto en astronomía como en desarrollo espacial. Sin embargo, cree que el potencial está muy desaprovechado en los dos ámbitos. Para él, las ventajas van desde la juventud de la población latinoamericana, que puede formarse en estos ámbitos, al dinamismo de ciertos entornos económicos e industriales o las características naturales de los países.
América Latina es un continente privilegiado para mirar al cielo, como asegura la astrónoma argentina Isabel Hawkins, que trabaja en el Exploratorium de San Francisco. “Los países en donde se está haciendo la investigación astronómica de vanguardia son lugares en donde hay oscuridad y hay altura”, enumera. En los Andes chilenos, entre montañas cobrizas, funciona desde hace más de una década ALMA, uno de los mayores radiotelescopios del mundo, que se puso en marcha con financiación de Europa, Estados Unidos y Japón. A poco más de 400 kilómetros de allí, en el Cerro Armazones, se construye el que en 2028 se espera que sea el mayor telescopio del planeta, un proyecto del Observatorio Europeo Austral (ESO, por sus siglas en inglés). “En algún momento, en 2030, [en Chile] vamos a tener más del 60% de los observatorios a nivel mundial”, dice la astrónoma chilena Carolina Agurto, quien también es cofundadora de la iniciativa de divulgación científica Star Tres.
En México, el mejor lugar para la observación espacial es el Observatorio Astronómico Nacional de San Pedro Mártir, en Baja California. Pero, según William Lee, “no se ha podido aprovechar al 100% porque, durante décadas, no ha recibido el apoyo que requiere la investigación astronómica”. El exdirector del Instituto de Astronomía de la UNAM está convencido de que su país tiene talento suficiente para desarrollar proyectos astronómicos y espaciales, pero le faltan estímulos a la innovación en el sector educativo e industrial. Como ejemplo, cita la aportación de científicos mexicanos a proyectos de gran envergadura en otros continentes como el Gran Telescopio Canarias, en España, o a la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas inglés) de Suiza. “La capacidad está ahí, pero la escala no es la suficiente”, lamenta.
Lo mismo sucede con la exploración espacial, que va muy retrasada respecto a Estados Unidos o Europa. “Las agencias espaciales latinoamericanas han sido más lentas porque requieren una base tecnológica, una persona que no solamente sea ingeniero o ingeniera, tiene que ser espacial, y además tener algún entrenamiento en alguna agencia que tenga años de experiencia como la NASA o la ESA —la europea— y eso es muy difícil desde Latinoamérica”, opina Carolina Agurto.
En América Latina y el Caribe, menos de una decena de países han puesto en marcha agencias espaciales, entre ellos Brasil, Bolivia y México. Además, al menos 15 han lanzado satélites al espacio. Recientemente, han surgido iniciativas dirigidas a unir esfuerzos y poner en común avances científicos y tecnológicos, como la Red Iberoamericana de Agencias Aeroespaciales, o la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE), impulsada por México y Argentina. Pero el gasto en inversión y desarrollo científico en la región dista mucho de la óptima: poco más del 0,60% de su Producto Interior Bruto (PIB) de media en América Latina, comparado con el 3,46% de Estados Unidos, según datos del Banco Mundial.
Por el momento, la carrera espacial latinoamericana se mide en pequeñas victorias: desde los logros de astronautas e ingenieros latinos como la colombiana Diana Trujillo, quien es directora de vuelo del centro Espacial Johnson de la NASA, a proyectos específicos que marcan hitos, como el mexicano Colmena, a cargo de la UNAM y la Agencia Espacial Mexicana, para mandar microrobots a la Luna. Pese a que esa misión no logró completarse con éxito en enero pasado debido a una avería en la aeronave de Astrobotic, la compañía privada que los transportaba, el jefe del laboratorio que los creó, el argentino Gustavo Medina, lo celebró como un éxito: “Ustedes han demostrado que México es mucho más que un maquilador. México puede crear y puede ser innovador. Esos robotcitos son realmente máquinas hechas para funcionar en el espacio”, alentó aquel día a su equipo, que ya trabaja en la segunda fase del proyecto, Colmena 2.
Lo que tienen claro los expertos consultados para este reportaje es que, en lo que a investigación espacial se trata, América Latina y el Caribe miran al cielo para resolver los problemas de la Tierra, especialmente ante la crisis climática. En Chile, por ejemplo, las fuerzas armadas han puesto a trabajar al satélite FASat Charlie para la prevención de incendios y desastres relacionados con la naturaleza; México tiene un proyecto en colaboración con la NASA para lanzar la constelación de nanosatélites Aztech Sat para el monitoreo desde el espacio de la fauna marina y cómo les afecta el cambio climático; y en Brasil ya se emplea el láser satelital para saber cuánto carbono almacena la Amazonia.
“La investigación espacial comercial tiene mucha más relación con cosas que van a ver hacia abajo que hacia arriba, para monitorear la biodiversidad, cambios en suelo y vegetación, desarrollos territoriales, circulaciones oceánicas y atmosféricas…”, enumera William Lee, de la UNAM. “Quien tiene los datos tiene más control y, si no estamos ahí, es una pérdida estratégica”.
A Isabel Hawkins, que se enamoró de las estrellas cuando era una niña en el campo argentino, le preocupa que el espacio se convierta en un territorio más que explotar. Por eso, propone que la región sea pionera al pensar en un uso más sostenible. “En este momento, el espacio no se considera como un medio ambiente y está completamente disponible para ser abusado”, advierte. “Nosotros, latinoamericanos, que somos los curadores del pulmón de la Tierra que es la Amazonia, podemos ejercitar nuestro liderazgo y pensar en un uso sostenible del espacio. Esa es una oportunidad”.
Esta historia fue producida por Science Friday y América Futura como parte de nuestro serie “Astronomy: Made in Latin America.”
Lorena Arroyo is the editor of América Futura at El País. She is based in Mexico City.